Jesús Evelio Tamayo, pionero ganadero del Magdalena, ha sobrevivido a múltiples atentados a lo largo de tres décadas. La historia de su familia reveló cómo el miedo y la violencia se han vuelto parte del paisaje diario en el campo, donde la criminalidad avanza y los productores trabajan entre la incertidumbre y el abandono institucional.
Una familia ganadera fue emboscada por criminales armados dentro de su propia finca en la vía El Banco-Chimichagua, durante una noche duró más de tres horas de amenazas, golpes e intentos de secuestro, sin que ninguna autoridad llegara a tiempo.
“‘Nos van a matar aquí mismo’, gritó mi esposa cuando uno de los encapuchados nos encañonó por la ventana del carro. Eran tres hombres armados, querían llevarse a mi papá, pero él no camina, y eso, creo yo, lo salvó”. (Lea en CONtexto ganadero: La inseguridad rural crece y no distingue regiones: Jaime Camacho, Asogauca)
Así empieza el testimonio de John Tamayo, hijo del pionero ganadero Jesús Evelio Tamayo, un hombre que, pese a su historia de lucha en el campo colombiano, ha sido blanco de múltiples atentados por parte de estructuras criminales. La noche del pasado martes 13 de mayo volvió a revivir el infierno.
El reloj marcaba las 10:20 p. m. cuando John, su esposa, su madrastra y su padre llegaron a la finca ubicada en la vía El Banco-Chimichagua. Lo que parecía un viaje de rutina se convirtió en una escena de secuestro, violencia e impunidad. El candado del portón estaba sellado con un pegante. Mientras esperaban al trabajador para que los ayudara a ingresar, los delincuentes aparecieron.
“Yo estaba dentro del carro cuando sentí el primer tiro. Me gritaron: ‘No se mueva o le meto un tiro en la cabeza’. Querían bajar a mi papá del carro, pero él quedó discapacitado desde el atentado del 95, cuando le metieron seis tiros. Les dije que no podía caminar, les mostré el caminador. Por eso no se lo llevaron”, dijo Tamayo.
Historia violenta
El nombre de Jesús Evelio Tamayo es conocido en el Magdalena. Fue uno de los primeros en organizar ferias ganaderas en la región. Sin embargo, su legado ha estado acompañado de dolor y amenaza constante.
En 1995, sobrevivió a un intento de secuestro en el que recibió seis impactos de bala. Dos años después, volvió a ser atacado. En 2015 fue retenido dentro de su finca.
Para John Tamayo, cada episodio de violencia ha dejado heridas no solo físicas sino emocionales: “Mi papá ha pasado varias cirugías. Estábamos en medio de un tratamiento en Bucaramanga. Regresamos tarde ese día, y mira lo que nos pasó. Siempre hemos estado solos”.
El relato de esa noche es escalofriante. A John lo golpearon con la cacha de la pistola en el estómago y en la cabeza. A su esposa la amenazaban constantemente con matarla. Los delincuentes, que pedían plata, armas y acceso a una supuesta caja fuerte, revolcaron toda la casa.
“Querían llevarse una moto. Me dijeron que manejara o mataban a mi familia. Yo trataba de ganar tiempo, esperando que mi hermano, que había escuchado todo por una llamada activa, pudiera hacer algo”, relató Tamayo.
Fue así como los familiares y vecinos decidieron actuar. Mientras el Ejército y la Policía se negaba a acudir, un grupo de civiles organizó una operación de rescate improvisada.
“Mi hermano llegó con la camioneta y tumbó el portón. Le dispararon, pero él también respondió. Alcanzaron a sacar a mi papá y a las mujeres del carro, mientras uno de los delincuentes corría al monte”, continuó.
A la familia Tamayo la retuvieron durante aproximadamente 3 largas horas.
Impotencia
Aunque ese día la tragedia fue contenida, la herida sigue abierta. Tamayo aseguró que “tres horas pasaron hasta que llegó la Policía, y cuando al otro día dijimos que hiciéramos un barrido en la finca, tampoco quisieron acompañarnos”.
“Lo que vivimos no se lo deseo a nadie. Sentirse así de impotente, así de solo, es algo que destruye”, sostuvo John Tamayo.
La familia presentó la denuncia a la Fiscalía, pero lo más triste es que “no hemos tenido acompañamiento de las fuerzas militares. Solo nos dijeron que ante cualquier eventualidad, ya sea llamadas sospechosas o mensajes, que demos aviso. Nos ha tocado por nuestra cuenta andar cautelosos”, denunció el ganadero.
Es por esa razón que planean llevar el caso ante la Procuraduría por omisión de deber de las autoridades, pues la Policía y el Ejército se pasaban la pelota de quién debía manejarlo, pero ninguno ha resuelto nada hasta el momento. (Lea en CONtexto ganadero: ¿La inseguridad pone en riesgo la inversión en ganadería?)
Lo más preocupante es que esta historia no es única en el país. Las cifras de inseguridad en zonas rurales han venido en aumento, y en regiones como el Magdalena Medio, los grupos armados ejercen control sobre el territorio, desplazando o intimidando a los productores agropecuarios.
Finalmente, Tamayo sostuvo que en el campo no hay quien los defienda. “Gracias a Dios salimos vivos. Pero ¿hasta cuándo vamos a tener que vivir con miedo?”