En tiempos donde los reflectores apuntan con fuerza hacia el petróleo, la infraestructura vial, la industria y el turismo como los motores del desarrollo nacional, vale la pena hacer una pausa, mirar hacia nuestras raíces y recordar quiénes somos y de dónde venimos.
La verdad es que estamos lejos de ser un país que pueda vivir del turismo. Tenemos muchas bondades, sí, pero carecemos aún de la cultura, la infraestructura y las condiciones de seguridad necesarias para avanzar con fuerza en ese renglón. Tampoco somos una potencia industrial ni petrolera. Colombia es, ante todo, un país de origen campesino. Somos agricultores y ganaderos por naturaleza.
Lejos de la imagen distorsionada que algunos detractores —mal informados o malintencionados— han intentado vender, los ganaderos colombianos no somos terratenientes multimillonarios, ni deforestadores, ni narcotraficantes. La realidad es muy distinta. La gran mayoría somos pequeños productores –más del 70 % de los ganaderos en Colombia tienen menos de 50 animales–, campesinos que luchamos día a día por subsistir, mejorar y generar empleo. Cada peso invertido en nuestras ganaderías se hace con mucho sacrificio, pero también con el compromiso inquebrantable de mejorar los sistemas productivos, de ser más eficientes y sostenibles, y de respetar el medio ambiente.
El vínculo del pueblo colombiano con el campo es muy profundo. En casi todas las familias hay un agricultor o un ganadero. Ha sido precisamente eso lo que ha moldeado el carácter de nuestro pueblo, es la conquista de la llanura, o de las montañas, el conocimiento ancestral sobre el manejo del ganado, el aroma del café recién tostado, las madrugadas en los corrales y el trabajo bajo el sol ardiente lo que ha dado forma a nuestra cultura y sigue siendo el sustento de cerca de 700.000 familias que viven, resisten y progresan gracias a la ganadería.
Con orgullo podemos afirmar que en cada rincón del país hay un ganadero. Es una presencia constante que sostiene a miles de hogares; una economía silenciosa que alimenta y dignifica. No es fruto del azar, sino de generaciones que han dedicado su vida al cuidado del ganado, al conocimiento profundo de la tierra y a una vocación productiva que ha construido identidad y sostenibilidad.
Hoy, mientras el país discute sobre transición energética, turismo, grandes obras de infraestructura y la Ruta de la Seda, es vital que el Gobierno Nacional comprenda que la ganadería no es una actividad marginal. Todo lo contrario: este sector genera más de 2,5 millones de empleos directos e indirectos, lo que representa más del 11 % del empleo nacional, una cifra nada despreciable considerando su incidencia especialmente en zonas rurales y en poblaciones de bajos ingresos y baja escolaridad.
La pandemia nos dejó una lección que parece que no terminamos de aprender; el campo es el verdadero tesoro del mundo. La producción de alimentos debe ser prioridad absoluta. Sin comida, no hay futuro. El petróleo genera regalías, pero es volátil y no podemos alimentarnos con él; el turismo puede generar ingreso de recursos importantes al país, pero no estamos listos. En cambio, la agricultura y la ganadería son permanentes, renovables y sostenibles. Son sectores vivos, fundamentales para la seguridad alimentaria del país y para la economía de nuestras regiones.
Por eso, resulta urgente que las políticas públicas reflejen esta realidad. No podemos permitir que los intereses equivocados desplacen al sector agropecuario que, durante décadas, ha sostenido a Colombia. Invertir en ganadería es invertir en el futuro, en la paz, en la resiliencia territorial y en la dignidad de nuestras comunidades rurales.
Es hora de que el Estado reconozca, respete y apoye nuestra vocación ganadera y agropecuaria. No podemos seguir relegando la ruralidad al último renglón del debate. En Colombia, antes que cualquier otra cosa, somos campesinos, agricultores y ganaderos. Y no hay futuro posible si olvidamos nuestra esencia.
A propósito del recorte presupuestal a Agrosavia y la paupérrima condición del ICA, soportes científico y sanitario del sector agropecuario colombiano.