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columna

La estrategia reeleccionista

por: José Félix Lafaurie Rivera- 31 de Diciembre 1969

La Convención Conservadora derrotó la mermelada. El mandato rotundo de las mayorías, desvirtúa los intentos de propios y extraños, por deslegitimar una auténtica expresión democrática. El resultado no pudo ser más formidable y contundente.

Las bases eligieron el honor y el derecho de la colectividad a representar los intereses genuinos del conservatismo. Rechazaron el “unanimismo” que pretendía perpetuar el Gobierno a punta de cucharadas de “mermelada”. De rebote, evidenciaron el inconfeso temor por una fórmula alternativa para ese 30% de colombianos con intención de “voto en blanco”, que sin duda forma parte del 63% no reeleccionista. Los “azules” fracturaron la Mesa de Unidad Nacional, orillaron al santismo a la incertidumbre de la segunda vuelta y sacudieron a su propia dirigencia, con un llamado a la coherencia doctrinaria y moral.

Sí. Fue un hecho político contundente. La injustificada silbatina contra el Senador Gerlein y el respaldo absoluto a Marta Lucía Ramírez, como candidata propia del partido, fueron manifestaciones rotundas de los indignados. No era para menos, ante el descrédito al que fueron sometidos los partidos de la Mesa de Unidad Nacional, tras el destape del computador de Palacio. Los convencionistas, incluso los que fueron tentados con la mermelada, votaron contra la reelección y la venta sin pudor de la colectividad, a cambio de prebendas burocráticas y cupos indicativos, que no produjeron el resultado esperado. Y claro, la ira por el sorpresivo "conejo" desde la propia base de los “alfiles del santismo godo” terminó en la impugnación de la convención ante el Consejo Nacional Electoral. (Lea: La reelección de Santos solo tiene el apoyo del 19% de los colombianos)

Vestido y alborotado quedó a pocos metros de la convención el Presidente-candidato. Dueño de la mano que se verá obligada a esparcir otras capas de mermelada para realinear lealtades entre los tres partidos que mantienen la tambaleante coalición. Le será incluso necesaria una buena dosis de “propaganda negra” del señor JJ Rendón, para desandar el camino. Sabe que la aspiración legítima de Marta Lucía Ramírez se convirtió en la primera piedra en el zapato, a su costumbre de cooptar los partidos con la mermelada, para sacar del debate electoral a los candidatos que pudieran significarle un desafío a su interés reeleccionista.

Ahora no le será fácil aplicar su estrategia neumática para llegar invicto en la primera vuelta, minimizando a los candidatos opositores, como lo viene haciendo con Oscar Iván Zuluaga, que no obstante se mantiene en la pelea. La cosa en adelante será a otro precio. La presencia de Marta Lucía Ramírez, no sólo amplía el caudal electoral que escapa al control de la Mesa de Unidad Nacional, sino que exponen al Presidente-candidato al predicamento de enfrentarse en segunda vuelta, a las fuerzas conservadoras que mueven más de 2.5 millones de votos o, en su defecto, al potencial que arrastra el Uribismo. Uno u otro podrían alienar a buena parte de la masa de votantes insatisfechos y derrotar la reelección. Y, entonces, ¿cuál será su siguiente jugada? Difícil encrucijada para la U y su coalición. Despuntó ahora sí la campaña, con una oposición que dará una sorpresiva batalla en las urnas. (Columna: La campaña de la incertidumbre)

Las bases conservadoras confirmaron la esperanza del número creciente de colombianos que está muy lejos de lo que Santos representa y sabe de la ausencia de gobierno. Mientras los problemas del país se agravan, él sigue empeñado en exorcizarlos con mentiras y verdades a medias sobre el proceso de La Habana, cuando las salidas están atadas a la solución de los males de 44 millones de ciudadanos, en frentes abandonados a su suerte. Son hechos que infieren una reflexión en la bancada conservadora en su nueva aspiración. Apoyar a Santos en contra del sentir de las mayorías, sería una trampa mortal. Marta Lucía Ramírez puede hacer la diferencia. Tiene la capacidad de las mujeres aguerridas, la independencia de unas manos limpias y el ímpetu del aval unánime del conservatismo puro.