Ariel Fernando Galvis

Las prometedoras cifras de la ganadería bufalina

Por Ariel Fernando Galvis - 01 de Septiembre 2025


Desde hace unos meses me ha venido inquietando el tema de la ganadería bufalina. He tenido la oportunidad de conocer varios productores y he visto en distintos escenarios cómo hacen alarde de sus bondades. Decidí entonces ponerle cuidado al asunto, estudiarlo, escuchar a quienes llevan años caminando por esta ruta productiva y vivir de cerca lo que significa tener búfalos en el hato. Lo que encontré resulta fascinante y muy prometedor; los búfalos podrían ser una gran oportunidad de transformación del campo colombiano.

Lo primero que tengo que decir es que, a pesar del crecimiento de su hato, se trata de una especie todavía desconocida, sobre la que pesan muchos mitos y prejuicios. Que son muy agresivos, que hay que tener lagunas en la finca para poder criarlos, que solo sirven para trabajo, que no respetan las cercas, que la carne no vale nada, que quién va a comprar carne de búfalo… en fin, esos son los comentarios que solemos escuchar los que, como yo, no conocíamos nada del tema.

Hoy les puedo contar que los búfalos son todo lo contrario, son fuerza, rusticidad y nobleza en un solo cuerpo. Son animales que producen donde otros no pueden hacerlo, que aprovechan suelos difíciles, que convierten sabanas inundables en tierra productiva y que regalan carne más sana y leche más nutritiva. Y la mayoría de los mitos, no son ciertos; se acomodan perfectamente a la rotación de potreros, no necesitan lagunas y gozan de una mansedumbre incomparable.

La ganadería bufalina en Colombia viene creciendo a un ritmo impresionante: 84 % en los últimos siete años, pasando de 336.500 animales en 2018 a más de 618.000 en 2025. Una cifra que habla por sí sola, si la comparamos con la ganadería bovina, que en el mismo periodo apenas creció un 11,6 %.

Y cómo no ver con buenos ojos un animal que, entre otras bondades, aprovecha mejor los pastos, consume prácticamente todo lo que encuentra en el potrero, gana 1,5 veces más kilos que un bovino, produce una carne con 11 % más proteína y 55 % menos calorías, ofrece una leche tipo A2, más digestible, que rinde casi el doble para hacer quesos, y que, como si fuera poco, tiene una natalidad entre el 82 % y el 90 %. Las cifras hablan solas.

Ahora bien, tener búfalos en la finca sí requiere de un manejo especial. Hay que aprender del tema. Así como producen, también comen, si no hay comida suficiente, ellos se van a buscarla, eso es rusticidad. Su manejo es distinto al bovino; son animales nobles, pero su fuerza física hace que el maltrato o la vaquería tradicional no funcionen. Aquí se necesitan buenas prácticas ganaderas, paciencia y técnica. El secreto está en capacitarnos, en cambiar la forma de trabajar y en entender que este sistema productivo exige un compromiso distinto.

Más allá de las cifras productivas, la ganadería bufalina representa una alternativa estratégica para el país. En tiempos en que se habla de ganadería regenerativa, sostenibilidad, cambio climático y transformación productiva, el búfalo se convierte en un aliado natural; aprovecha tierras marginales, reduce costos de suplementación y abre puertas a mercados de valor agregado. Aquí hay una oportunidad que el gremio y el Estado deberían aprovechar. Como siempre, urge mayor apoyo institucional, más líneas de crédito, programas de capacitación y un verdadero reconocimiento de este sistema como parte de la política ganadera nacional.

Si a usted también le parece interesante y quiere comenzar en este negocio, la recomendación es hacerlo con buenos animales. Busque ganaderías con reconocimiento, que le den confianza, para que compre su pie de cría, invierta en buenos toros, mantenga o mejore su genética y piense desde ya en la comercialización, en cómo aprovechar las bondades de la leche y de la carne, ya sea negociando un mejor precio de venta o haciendo transformación artesanal en quesos.

Para finalizar, les comparto algo que me parece importante; no he encontrado ni un solo productor bufalino que me diga algo malo de los búfalos. Todos están satisfechos, todos quieren seguir creciendo, todos sienten orgullo de su hato. Y si algo me ha enseñado la vida, es que, cuando en el campo un productor sonríe y quiere seguir apostándole a lo que hace, allí hay futuro.

Aun no soy bufalero, pero ya estoy como el que va a misa sin ser devoto: entrando, escuchando y a punto de persignarme.

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