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Del rancho al estrellato: la historia de un vaquero moderno que transformó el dolor en arte con caballos

Melanny Orozco 06 de Junio 2025
Siempre quise ser CowboyFoto: netflix.comSiempre quise ser Cowboy ofrece una lección de cómo la pasión puede sanar heridas profundas y crear belleza incluso en la oscuridad.

En las tierras de Dubois, Wyoming (EE. UU.), un entrenador australiano encontró en los equinos no solo una vocación, sino una salvación. Robin Wiltshire convirtió su pasión en una forma de arte y en un puente hacia Hollywood. Su historia, capturada en el documental Siempre quise ser Cowboy, es un recordatorio de que detrás del espectáculo ecuestre, hay relatos de superación y amor por los animales.


En un mundo donde los efectos especiales dominan las películas y series de televisión, un grupo de caballos entrenados a mano devuelve a la pantalla la belleza de lo auténtico. (Lea en CONtexto ganadero: ¿Quién hereda la tierra? Serie de Netflix devela drama sobre poder y sucesión ganadera)

En el oeste americano, donde el viento recorre libremente los potreros y el polvo se levanta, se encuentra Turtle Ranch, un refugio de más de mil hectáreas donde los caballos no solo pastan, sino que actúan.

Allí vive y trabaja Robin Wilshire, un entrenador australiano que ha dedicado su vida a convertir la relación entre el ser humano y el equino en una sinfonía visual digna de las pantallas actuales.

El documental de Netflix llamado Siempre quise ser Cowboy, producido por el actor estadounidense Chris Pine, retrata con delicadeza y fuerza emocional cómo este hombre, nacido del dolor y ausencia, encontró redención en los cascos, las riendas y el arte del western.

Wilshire creció en Australia, en un entorno marcado por la dureza y la soledad. Según narra en el documental, fueron las películas del viejo Oeste las que le dieron un refugio emocional, una fantasía que pronto se convirtió en propósito.

Con el tiempo, ese propósito lo llevó hasta Estados Unidos, donde estableció su rancho en Dubois, Wyoming, y donde ha entrenado caballos para importantes producciones cinematográficas y campanas publicitarias.

La metodología de Wilshire, basada en el respeto mutuo, la paciencia y la conexión emocional, ha hecho que sus caballos no solo respondan a dar órdenes, sino que transmitan emociones. Esto convierte cada escena en la que participan en un acto llamativo.

El reportaje visual que ofrece el documental es digno de admiración. Las cámaras capturan con detalle los movimientos fluidos de los animales, las extensiones infinitas del predio y la intimidad entre el hombre y el equino.

Pero más allá de lo estético, Siempre quise ser Cowboy ofrece una lección de cómo la pasión puede sanar heridas profundas y crear belleza incluso en la oscuridad.

Para un mundo ganadero, esta historia no es ajena. Habla de dedicación, de amor por los animales, de disciplina, pero también de sensibilidad. Lo anterior recuerda que detrás de cada caballo bien entrenado hay horas de trabajo, de observación, y sobre todo, de vínculo genuino. Y en ese vínculo, Wilshire encontró no solo una profesión, sino un camino hacia la plenitud.

Su historia demuestra que a la pantalla le interesa las historias de superación y animales llena de relatos reales y llenos de esperanza. (Lea en CONtexto ganadero: Al sur del corazón, una historia en Netflix sobre el empoderamiento femenino en la ganadería chilena)


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