Policía capturó al jefe financiero del ELN en Catatumbo
PorJosé D. Pacheco Martínez-24 de Abril 2025
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Por - 12 de Noviembre 2015
Este 13 de noviembre, Colombia rememora uno de los capítulos más dolorosos de su historia: la tragedia de Armero, un desastre natural que arrasó con la vida de más de 25 mil personas. CONtexto ganadero habló con Gustavo García, ingeniero de sistemas que labora en el Fondo Nacional del Ganado, FNG, en Bogotá, y quien ese miércoles de 1985 tenía apenas 7 años de edad. García relató cómo vivió ese día, la forma en la que logró sobrevivir, la pérdida de su madre y hermana y el reencuentro con su papá. 30 años después confiesa que el olor a barro mojado aún le genera recuerdos de la tragedia y vive agradecido por la serie de hechos que se dieron que le permitieron vivir. (Lea: 5.135 días buscando justicia y contando) CONtexto ganadero: ¿Qué edad tenía usted el 13 de noviembre de 1985? Gustavo García (GG): En 1985 yo era un niño de 7 años, vivía con mi madre y hermanita. Mi papá trabajaba en la costa con José Vicente Lafaurie Acosta, a quien le administraba los predios. Nosotros vivíamos en Armero porque mi mamá era de Mariquita, ahí estaba la familia y ella nunca quiso irse para la costa, para donde de hecho estábamos a punto de irnos a pasar las fiestas navideñas porque yo estaba cerca de terminar tercero de primaria. CG: ¿Cómo transcurrió su día? (GG): Ese 13 de noviembre yo fui al colegio común y corriente y recuerdo que como a las 2 de la tarde comenzó a caer ceniza, mucha, a tal punto que las calles se llenaron todas de ella y recuerdo que eso angustió a mi mamá. En ese momento se hablaba y temía mucho por una eventual inundación, nunca en una avalancha o un deshielo. El padre de la iglesia incluso pidió a la comunidad por los parlantes, a eso de las 6 de la tarde, que no se fuera, dijo que eso era un efecto normal del volcán y que no había razón para alarmarse. Yo me acosté a eso de las 8 de la noche y lo siguiente que recuerdo es que a eso de las 11 mi mamá me despertó y me dijo: “Gustavo, despiértese, se vino el volcán”. CG: ¿Qué sucedió a partir de ese momento? (GG): Yo me levanté empijamado y salimos con mi mamá y hermana, que iba con su carterita, y salimos de la casa y solo se veía a la gente corriendo como en las películas, otros iban en sus carros sin importarle lo que encontrara a su paso, había gente arrodillada, gritando. Tratamos de llegar a la casa de una vecina amiga de mi mamá que estaba ubicada en un lugar más alto, como se pensaba era una inundación la idea era estar lo más arriba posible para evitar ahogarnos. (Lea: Vacunador del FNG y su familia víctimas de la tragedia de Salgar) Yo hasta el último momento vi luz, aunque muchos dicen que lo primero que se llevó fue la electrificadora, pero hasta el momento del impacto vi luz. Nosotros no alcanzamos a pasar del primer piso, yo iba de la mano con mi mamá y mi hermana de 13 años. En el momento que dicen se vino el volcán y se escuchaba a la gente gritar yo vi por debajo del portón que se empezó a meter el agua y cuando quise levantar la mirada ya estaba en medio del agua, agarrado de la mano de mi mamá. Sin embargo, algo tuvo que haberla impactado en la cabeza o algo porque me soltó en algún momento y yo quedé a la deriva y ahí debí perder el conocimiento porque no recuerdo bien lo que sucedió. ¿En qué momento vuelve usted entonces a recobrar el conocimiento? (GG): Cuando yo despierto, no se si fue un ángel o quién, pero estoy montado sobre un tronco siguiendo el cauce de la avalancha. Esta es la hora en que nunca supe como terminé encima de ese tronco. Empiezo a sentirme mareado, un revuelto de muchas cosas y veo como un volcán echando lava, veía chispas y era el Nevado del Ruíz y la candela que desprendía. Seguía viendo gente gritar, otra arrastrada por el agua, otra ayudando y así. Recuerdos ver muchas luces de linternas también. Eso al final paró, la avalancha se detuvo. A mi me dejó como a 12 kilómetros de la casa donde estaba, sobre la media noche calculo yo. CG: ¿Y qué hizo usted en ese momento? (GG): Yo empecé a gritar y pedir auxilio. Sentía que había mucha gente alrededor mío. Una señora de pronto me habla y me pregunta si soy un niño, le digo que sí, me pregunta por dónde vivía, le respondo que cerca de una planta de gaseosas y ella me dijo que también vivía por ahí cerca, me pregunta si estoy maltratado y le digo que no se. Ella me dice que me recueste en su estómago y descanse mientras amanece y buscamos a mi mamá y hermana. Al otro día, apenas empieza a aclarar el nuevo día veo lo que era una especie de potrero recién arado y se deja allí a un montón de personas heridas, cilindros, neveras y todo eso que provocó la avalancha de Armero. La señora estaba muerta, la había cruzado alguna teja o algo. Había brazos, cuerpos mutilados, gente parándose. Yo traté de hacerlo pero tenía politraumatismo en las piernas, seguro de los golpes que me había dado, y por ello no me podía parar; tenía una oreja colgando, un pedazo de teja incrustado en la espalda que me hacía perder mucha sangre. En eso veo a un muchacho que venía subiendo y me reconoció. Él me saluda pero yo no podía hablar, había perdido también todos los dientes y la boca estaba inflada. Me dice que coja un palo y me pare y yo así medio me puedo mover. Al fondo se ve una casa que daba contra una carretera que iba de Armero a Mariquita y ahí había una pista de fumigación, en ese lugar había gente. (Lea: La tragedia de Bojayá: ¿un simple accidente?) Yo empiezo a tratar de llegar hasta allá. En el camino la gente me dice niño una cobija, niño ayúdame y así; yo mareado, perdido logro llegar y el señor de la casa me quita el pedazo de la teja de zinc que tengo en la espalda, corta un costal de arroz y me lo pone, yo estaba totalmente desnudo y me regala un tinto. CG: ¿Cómo transcurre ese día? (GG): Yo allí veo a una familia que vivía cerca, pero estaban completamente desorientados, los miré a ver si me decían algo, pero no, nada. Fue la última vez que los vi. Igual, yo tampoco estaba en condiciones de hablar. Como a las 6 de la tarde todo el mundo me miraba y decía: ese niño se muere, los impactaba la oreja colgando, el parche de sangre de la espalda y pues se veía gente rescatada que igual terminaba por morir. A esa hora baja un helicóptero para llevarse a los más graves. Muchos corrieron para ser auxiliados, pero yo no quería pasar allí la noche y empecé a llorar. No había muchos niños y a mi me recoge el copiloto, a quien no le importó estuviera lleno de barro y me llevan al hospital de Lérida. Allí las enfermeras con esponjas impregnadas de alcohol me quitaron el barro y como ese barro tenía lava se me había pegado a la piel pues el dolor fue tal que me desmayé de inmediato. Al despertar estaba con una pijama, en una habitación de la que me hace sacar un doctor para que me lleven junto a todos los que habían llegado allí desde Armero. CG: ¿Y en qué momento se reencuentra usted con su familia? (GG): Yo tenía unas tías que vivían en San Francisco, Estados Unidos. Balbuceando se lo dije a una enfermera y ella relacionó que ellas trabajaban en un hospital de Ibagué llamado San Francisco y me trasladan para allá junto con otro enfermo. Al llegar se dan cuenta que no tengo familia allá y me remiten a otro colchón, otra vez con los de Armero pero en Ibagué. Yo solo comía fruta, pedía mucho líquido que a veces ni me daban porque no lo había. Mi papá se entera en horas de la mañana porque una secretaria le cuenta que Armero desapareció. No logra conseguir vuelo para ese jueves, así que viaja el viernes. En esa época José Félix Lafaurie era el director seccional del Seguro Social en Cesar y conocía a mi papá y lo ayuda a montarse en un helicóptero en el que sobrevuela Armero y dimensiona lo que sucedió y supuso que no se había salvado nadie. Él vuelve a Ibagué y mis tíos de otros lugares empiezan a buscarnos. Yo había dado mi nombre para una lista Raúl Gustavo y me habían puesto Gustavo Adolfo y pues en una de esas uno de ellos me encuentra y aunque le costó reconocerme le dijo a mi papá que había un niño como yo. Él, con ayuda del doctor Lafaurie, llega y a mi se me abrió el corazón y me dijo “tranquilo mijo, ya estoy acá”. CG: ¿Y su mamá y hermana? (GG): Yo traté de ubicarlas apenas recobro el sentido, es lo primero que hago. Vi la casa a la que la gente acudía en búsqueda de ayuda y podía ir allá o devolverme a buscarlas, pero las piernas no me daban y me fui al primer lugar con la ilusión de encontrarlas allá. Mi papá duró mucho tiempo tratando de ubicarlas, revisando listas, visitando hospitales y sitios con heridos, pero nada. Yo nunca le pregunté a papá si había encontrado a mamá, era obvio que si hubiera aparecido él me lo hubiera dicho. No me dejaban ni pensar, ni mencionaban la tragedia, me daban juguetes. Finalmente, ellas nunca aparecieron. Alguna vez encontraron una niña con el nombre de mi hermana, sin apellidos, pero para validar que era ella tocaba abrir una fosa y él prefirió no hacerlo. CG: ¿Qué siguió para usted al llegar a Bogotá? (GG): La enfermera le dice a papá que tengo principios de gangrena gaseosa y que era necesario hacer algo con la oreja o podía morir. Era necesario ir a Bogotá y no había una sola ambulancia disponible para ello. (Lea: Último homenaje para niños calcinados en autobús en Fundación) El doctor Lafaurie tenía un Mazda en esa época y lo pone a disposición de mi papá, que adecuaron para poderme trasladar hasta el Lorencita Villegas. Allí duré un mes, una americana me reconstruyó la oreja, me hicieron todo tipo de exámenes y al final me dieron salida. CG: ¿Y qué sucede una vez logra salir de la clínica? (GG): Me voy con mi papá para la costa, allí viví mucho tiempo a su lado, hasta los casi 14 años. En ese momento él decide rehacer su vida al lado de otra mujer y yo tomo la decisión de venir a Faca a vivir junto a unos tíos y allá termino el colegio y posteriormente la universidad. ¿Nunca volvió a saber nada de su madre? (GG): 10 o 15 años después de la tragedia, mi abuelo me dijo un día que alguien había ido a llevarle la cedula de mi mamá. Apareció en un predio y un trabajador se la llevó, estaba intacta, recién salida de la Registraduría. CG: ¿En algún momento el Estado le reconoce su condición de víctima de alguna manera? (GG): Papá nunca reclamó nada, sabemos que muchos lo hicieron y les dieron casa en lo que ahora es Armero Guayabal, pero no fue nuestro caso. CG: ¿Regresó usted alguna vez al lugar de la tragedia? Yo volví a esa tierra después de 15 años, pasé y claro me acuerdo de dónde era el hospital, el colegio, trato de ubicar el lugar en el que quedaba mi casa. CG: ¿Qué viene a su cabeza hoy en día el evocar la tragedia? (GG): Yo le sentí durante mucho tiempo miedo al barro mojado. Estaba en la costa con mi papá y cuando llovía me daba temor que se me pegara el cuerpo y el solo olor me incomodaba. (Lea: La minería, otra tragedia nacional) Pienso en mi mamá y solo con el paso de los años logré darme cuenta de la importancia de su figura como parte del proceso formativo de un ser humano. Sin embargo, mi papá trató por todos los medios de no dejarme sentir el vacío y era muy amoroso, me hacía desayuno temprano, me protegía siempre y en eso ayudó siempre la familia. CG: ¿Hoy en día que reflexión hace usted de todo lo que sucedió? GG: Esta tragedia salvó al Gobierno de todo el escándalo del Palacio de Justicia, de la imagen negativa que a partir de ello se generó, porque fue algo tan inmediato y de tal magnitud que terminó por tapar eso. Pero eso no evita el hecho de que el Gobierno pudo haber evitado la muerte de más de 25 mil personas. Si se generó un escándalo porque en el Palacio perdieron la vida los magistrados y 200 o 300 seres humanos más, debió serlo todavía más la muerte de más de 25 mil que perecieron en Armero, 25 mil seres humanos que de alguna manera pudieron haber ayudado. Muchos hablan de problemas y ausencia de equipos, pero no era de eso ni de sismógrafos, era algo evidente que eso iba a pasar e hicieron falta políticas del Estado que ayudaran a preservar la vida de esas 25 mil personas, entre esas la de mi madre y mi hermana.
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